El día que suceda.
Solía echarse al camino y pasear todos los días, siempre a una hora temprana, como si buscare un cierto sosiego, aquella tranquilidad que le permitiera reflexionar. Nada en concreto, siempre abierto a la improvisación de su propia mente, al libre albedrío, cual bandera que ondea al viento, con absoluta libertad de, la primera ocurrencia, del primer golpe de viento. El único gobierno era el del subconsciente, quizás. Aquel que sabe siempre sobre qué pensar, sobre dónde establecer el foco, el epicentro del terremoto, el origen invisible.
Esa mañana se le antojó fresca pero agradable a la vez, ideal para su ejercicio diario, para su meditación necesaria antes del trasiego y la prisa que siempre lo conforma. Llegaba siempre, al final del recorrido, a una zona donde las palmeras se convertían en morada de aquellos pájaros cuyo canto suena como a llamada de móvil. Esos móviles desde donde salen hermosos tonos que nos acercan a aquella naturaleza con un sonido ciertamente embriagador.
De vez en cuando se le aparecía o se le cruzaba una lechuza. Cada vez que ocurría, algo diferente y especial le sucedía. Era como una premonición de un hecho que acontecería. ¿Cuándo? Muy pronto. Ese día, estaba convencido, era el día. Curiosamente esperaba su primer retoño, su primer vástago, con mucha ilusión.
Le habían dicho, los que ya lo eran, qué pasaría pero, nunca entraron en detalles.
Eran las diez de la mañana cuando sonó mi móvil. Fue un sonido diferente. Ciertas veces, el sonido de la llamada nos suena a urgencia, nos suena diferente. Ese tono sonaba a eso, a noticia imperiosa.
Debía de dirigirme al hospital porque efectivamente ya iba a ocurrir. Ya había llegado el momento, era el día señalado y debía estar junto a su mujer, no tenía tiempo que perder. Llegado al recinto hospitalario le indicaron el lugar donde debía esperar. La sala de espera. Era una sala lúgubre, de escasa o poco estudiada iluminación. El único sonido que rompía el silencio era el de la televisión.
Se dispuso a ver las noticias y las vio una a una, con especial atención. Era lo único que en ese momento podía alejarlo de la realidad que le rodeaba, de mitigar la tensión, el nerviosismo. De vez en cuando preguntaba al enfermero que allí estaba por alguna información. Una y otra vez le repetía lo mismo y con las mismas palabras.
Ya caía la tarde y pidió ver a su mujer, pasar a verla y acompañarla un ratito porque según parecía iba para rato. Agradecí que me acompañara por aquellos pasillos sombríos por los cuales me dirigió hacia los paritorios.
Hablé un rato con ella para tranquilizarla. En casa todo estaba bien. Que lo tenía todo preparado y que ahora sólo quedaba aquello que desconocíamos cómo sería y, que no tardaría mucho en producirse.
Efectivamente, el evento se produjo y llegó aquello esperado. Pude presenciar el alumbramiento y la llegada de ese nuevo ser. Fue un momento mágico que precedió a una nueva etapa. Un llanto liberó aquello que nos asiste durante toda nuestra existencia, un llanto que hace que el ser nazca, que viva.
A veces, cuando llega mi propio cumpleaños y me pongo a pensar en ese momento, en el del llanto que inicia, en mi propio llanto, no puedo por más que agradecer a aquella Madre, a aquel Padre y a aquel equipo médico el momento en que yo mismo lloré por primera vez. Gracias a ellos mi llanto liberó lo que hoy soy.
Gracias a ellos se que hoy es mi Cumpleaños.
Procuraré disfrutarlo porque otros se ocuparon de que ello fuese posible.
Hay muchas historias detrás de ese día. Es curioso que, todos los días sean felices cumpleaños de alguien; el mío, sin embargo, será cuando ese día suceda y será un día de agradecimiento, de ello no me cabe ninguna duda, no cabe duda alguna.