El día que suceda. Solía echarse al camino y pasear todos los días, siempre a una hora temprana, como si buscare un cierto sosiego, aquella tranquilidad que le permitiera reflexionar. Nada en concreto, siempre abierto a la improvisación de su propia mente, al libre albedrío, cual bandera que ondea al viento, con absoluta libertad de, la primera ocurrencia, del primer golpe de viento. El único gobierno era el del subconsciente, quizás. Aquel que sabe siempre sobre qué pensar, sobre dónde establecer el foco, el epicentro del terremoto, el origen invisible. Esa mañana se le antojó fresca pero agradable a la vez, ideal para su ejercicio diario, para su meditación necesaria antes del trasiego y la prisa que siempre lo conforma. Llegaba siempre, al final del recorrido, a una zona donde las palmeras se convertían en morada de aquellos pájaros cuyo canto suena como a llamada de móvil. Esos móviles desde donde salen hermosos tonos que nos acercan a aquella naturaleza con un sonido cier
Escribir no libera la mente, la desarrolla.