Comenzó su largo viaje una mañana
del veintitrés de Diciembre.
Sintió una leve presión en su
brazo izquierdo e instintivamente abrió los ojos que rápidamente buscaron
explicación en la realidad que ahora sí, hacía acto de presencia. Allí estaba
su madre, sonriéndole, de pie junto a su cama protectora donde se refugiaba
siempre en la calidez de la noche. Escuchó entonces un rumor lejano, eran las
noticias que provenían de la televisión de la cocina. Ese día tenían olor a
tostadas de mermelada y mantequilla y a café recién hecho.
– Anda, levántate, no vayas a llegar tarde, ya
tienes el desayuno en la mesa- Me dijo cariñosamente en voz baja; susurrándolo.
Había transcurrido tan solo una pequeña
fracción de un instante y regresé, al abrir los ojos, a la ventanilla de aquel
747 desde donde observaba con especial atención el mar de nubes con una sonrisa
en mi rostro. Recordé aquella vieja teoría que una vez ideé; Si elimino el
rozamiento, que supone el espacio y el tiempo, podré viajar a velocidades
superiores incluso a la de la luz y con ello podré visitar lugares tan, tan
lejanos. Esa mañana del veintitrés logré pasarla con mi madre.
Evidentemente, sólo existe una
máquina capaz de realizar viajes que pueda soportar tales velocidades.
Supongo que ya lo habréis
adivinado;
Ese vehículo existe y se llama Imaginación.