El Rincón de la Ilusión
Y uno a uno, fue quitando los adornos de allí de donde se hallaban; lo solía hacer con extremo cuidado como si fuere algo aprendido en algún tiempo otrora pasado.
Las ramas cada vez se hacían más y más ligeras hasta que dejaban de pesar quedando como suspendidas, al tiempo que desnudas.
Su color verde intenso afloraba entonces al liberarse de aquella ornamentación infringida, no natural.
Los adornos descansaban ya en las cajas que, convenientemente selladas, esperaban el momento de un nuevo día.
Sonrió al comprobar que absolutamente todo lo que le rodeaba hacía de su hogar, ya de por sí, un lugar entrañable y acogedor.
Sonrió porque sabía que aquello que estaba retirando ese día era tan solo un adorno en aquel rincón porque ese rincón, de por sí, era un rincón lleno de ilusión.